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Cierra los ojos, déjate llevar.

-Dani, no quiero que te vallas…
-Érica, yo tampoco quiero irme, pero entiende que no puedo hacer nada. Debo marcharme, ya no hay vuelta atrás…
-Nada es imposible, lo sabes. No quiero reprocharte, ni que pienses que no te entiendo, pero no se, pienso que si de verdad me quisieras, daría todo igual. Te quedarías junto a mí…
-No se trata de querer. Sino de poder. Yo no puedo, y lo sabes perfectamente.
-No sé…
-A las 11:00 estate en casa, pasaré a recogerte. Arréglate y ponte guapa, princesa. Es nuestra última noche. Te he preparado una sorpresa.
-Bueno, está bien. Hasta luego.
A las 10:30 ya me había preparado del todo. Me puse lo más guapa que pude, con un vestido que me había regalado mi madre cuando cumplí los 16. Solo lo usaba para ocasiones especiales, y esta sin duda iba a ser una de las mejores.
Las 11:00 en punto. Se escuchó el timbre así que bajé para abrir la puerta. Me llevé una gran sorpresa, no era Dani, sino un taxi. Venía de parte de el. Me monté, sin saber a donde me llevaría, pero enseguida lo descubrí. Aquel taxi me dejo en el mejor sitio que jamás hubiera imaginado. La playa en la que Daniel y yo nos enamoramos hace apenas un año. Esa playa en la que pasamos la mejor noche de nuestras vidas, desde ese momento, supe que seria para mí. Hasta ahora.
Me bajé del taxi conmocionada pero allí no había nadie. Estaba todo bastante oscuro y me costaba distinguir las cosas. Caminé hacia el agua, y de pronto un farol se encendió. Algo asustada caminé hacia él. Bajo la débil luz se podían distinguir palabras escritas cuidadosamente sobre la arena, en las cuales ponía:
Bien, comencemos. Supongo que sabrás porque te he traído aquí. De todos modos te lo explicaré mejor en la siguiente pista. Si, así es. Esto es un juego y el premio soy yo. Allá va la pista: “Siempre, siempre, siempre, D&E.”
Sorprendida por todo aquello, me quedé pensando en la pista, y rápidamente caí en la respuesta. Eran las palabras que grabamos una vez en una de las rocas de la playa. Corriendo me dirigí hacia ella, y en efecto, un papel doblado se encontraba justo al lado.
Lo desplegué, era una carta.
Lo has hecho genial Érica, sabía que lo harías. Siempre lo haces, eres perfecta y por eso te quiero. Te he traído aquí porque para mi este es el lugar más importante de todo el mundo. Da igual a donde valla, con quien valla. Este sitio para mi, siempre será el mejor. Tal vez no sea el mas bonito, ni el mas divertido, pero fue en este lugar, donde me enamoré de la chica mas preciosa del planeta. Por eso este lugar es muy especial para mí. Tú has hecho que sea especial.
Da diez grandes pasos de esos que tú sabes dar mirando a la luna. Te quiere, Daniel.
Hice lo que ponía y esta vez la carta se encontraba al lado de una preciosa vela. La abrí, y comencé a leerla.
Tal vez ahora pienses que no te quiero. Y lo entiendo, estás en todo tu derecho de hacerlo. Se que no entiendes porque me voy, pero algún día lo harás. Ahora mismo no puedo explicártelo pero lo haré.
Ahora, lo unció que me importa es que sepas que te quiero, porque es lo que siento, es la verdad. Desde la primera vez que te vi, Érica, supe que estábamos destinados a estar juntos. Cada vez que te miraba a los ojos me invadía un gran sentimiento. Tu sonrisa me encandilaba, me encantaba verte sonreír. Por eso cuando en aquellos días tristes se te borraba, ahí estaba yo dispuesto hacer todo lo posible para que esa preciosa sonrisa volviera a brillar en tu rostro.
Cada día que pasaba junto a ti, mis sentimientos crecían. Podía pasarme un día entero simplemente observándote.
Hoy y siempre, te quiero dar las gracias por haberme abierto los ojos. Por enseñarme que es eso del amor, por enseñarme todas esas cosas bonitas que pueden albergar en una persona tan pequeñita. Y lo sé, se que no te gusta, pero a mi me encanta que seas bajita para poder llamarte enana. Para poder darte esos abrazos de oso que tanta gracia te hacen, pero que a la vez te llenan de ternura. Cosas como estas a las que tú llamas defectos, en ti se convierten en cosas buenas, y que no hay nada de imperfecto en ti. Tal vez seas pequeña, pero eres inmensamente grande.
Hay una última carta esperándote. Después, darás con migo. Te quiere, Daniel.
Noté como una pequeña lágrima se desplazaba por mi mejilla. Todo lo que Dani había escrito era precioso, me había emocionado realmente. Tenía unas ganas enormes de abrazarlo y besarlo con todas mis fuerzas. Pero la idea de no volverlo a ver en un tiempo me echaba para atrás. Pero, ¿Qué más daba eso? Él me quería, y eso era lo que importaba.
Sin saber donde encontrar la última carta, caminé como una loca por toda la playa, buscando y buscando, pero fue inútil.
Decepcionada, me senté en el suelo. Otra lágrima recorrió mi mejilla. Y en ese momento, me acordé de una parte de la carta. A dani no le gustaba verme triste, él quería que estuviera sonriendo a pesar de todo. Tal vez, no encuentro nada porque estoy triste. Tal vez si sonrío…
Así lo hice. Animada me sequé las lágrimas, miré al cielo y sonreí. Sonreí recordando todos los maravillosos momentos que compartimos. Sonreía, cada vez más y más hasta que finalmente decidí abrir los ojos. Entonces lo vi. Otro farol se había encendido y a su lado se encontraba un gran telescopio bañado por su luz. Sin entender nada me acerqué a el, y allí estaba la ultima carta.
Pensé que nunca la encontrarías. Lo has hecho muy bien. Has sonreído, como ha mí me gusta. Y tengo que decirte que pase lo que pase nunca debes estar triste. Pase lo que pase sonríe, porque sonrisas como la tuya alegran el día a cualquiera. A mí siempre me lo has alegrado.
Supongo que te estarás preguntando que hace aquí un telescopio, bien, yo te lo explico. En cuanto termines de leer esto quiero que mires por el. Cuando lo hagas veras una estrella, pequeñita pero que brilla con gran intensidad. Esa estrella tiene tu nombre, esa eres tú, mi estrella. Te quiere, Daniel.
Hice lo que me pedía, y al mirar por el telescopio pude ver una pequeña estrellita, pero a pesar de su tamaño brillaba con gran intensidad, que se podía apreciar incluso sin utilizar el telescopio.
De pronto, alguien se abrazó a mi cintura y me susurró al oído…
-Te amo, Érica.
-Tonto, ¿Por qué has hecho todo esto?
-Todo esto lo he hecho para demostrarte que te quiero. Te quiero más que a nada y necesitaba que lo supieras.
-No hacia falta, dani, yo se que me quieres. Nunca has parado de demostrármelo.
-Toma, este es el certificado que demuestra que esa estrella tiene tu nombre. Y es que así, valla a donde valla, esté donde esté, tú siempre estarás con migo. No tendré más que mirar al cielo, para poder verte. Cada vez que te eche de menos, cada vez que necesite hablar con tigo, lo haré mirando al cielo y de esa forma será como si tu estuvieras junto a mi.
-Yo… no se ni que decir.
-¿Pero porque lloras tonta?
-Lloro de la emoción. Porque todo esto que has preparado para mi es precioso. Siento que no te merezco, eres tan especial que no se ni que decirte. Y aunque de mi boca no salgan palabras, solo con mirarme a los ojos sabrás lo que mi boca no puede decir. Mis ojos me delatarán. Mis ojos te dirán lo mucho que te amo. Y tal vez ahora te vallas, pero yo se que volverás. Hasta entonces te estaré esperando aquí, siempre. Cada noche le hablaré a esa pequeña estrella a la que tú has bautizado con mi nombre, con la esperanza de que tú estés haciendo lo mismo que yo.
-Volveré, Érica. Te juro que lo haré. Cuando todo esto acabé volveré a por ti para que podamos recuperar todo el tiempo perdido. Hasta entonces no pararé de pensar en ti. En todos esos mágicos momentos que me has hecho vivir. Porque gracias a ti me he convertido en mejor persona, y que me va a costar mucho alejarme de ti.
Todas, todas las noches miraremos la misma estrella, la que más brilla en todo el cielo, esa que lleva tu nombre. De esa forma, será como si nos miráramos mutuamente. Nuestras miradas se unirán a través de la estrella y será como si estuviéramos el uno junto al otro. De esta forma siempre estaremos juntos. Volveré Érica, te juro que volveré. Te quiero, siempre te querré.


Cierra los ojos, déjate llevar II

Me desperté en aquella playa. En la playa en la que pasamos nuestra última noche. Esa playa en la que habitan tantos recuerdos preciosos.
A mi lado debería encontrarse Dani, pero no, él no estaba. Se había marchado.
Con temor a no volverlo a ver, a no poder siquiera despedirme me puse en pie velozmente. Dispuesta a marcharme me di cuenta que en la arena se encontraba un papel. Lo abrí.
Érica, mientras te escribo esto, nuestra estrella me da la luz necesaria para poder ver a mí alrededor. Aún no ha salido el sol, pero esa pequeñita estrella brilla tanto que no necesito más. Te observo dormir. No paro de hacerlo ya que eres preciosa. Siempre lo has sido. Tengo que decirte que ya es mi hora. Debo marcharme, aún no he preparado mi equipaje. Cuando te despiertes y no me veas no te asustes. No se a la hora que te despertarás, pero si lo haces antes de las 10, ven a casa a verme. Si te despiertas más tarde, yo ya me habré ido. No te preocupes por no haberte despedido. Esta noche ha sido fantástica y siempre la recordaré. Además, mientras dormías te he comido a besos. Nos veremos cuando todo acabe. Te quiere, Daniel.
Aterrorizada miré mi reloj. Las 9:50. Diez minutos. Diez simples minutos me quedaban para poder llegar a casa de Daniel antes de que este partiera.
Estresada por el poco tiempo que disponía eche a correr hacía su casa. Pero sabía que si no cogía un taxi me sería imposible llegar a tiempo. Así que fui a la parada de taxis, y por suerte y gracias a dios los taxistas empiezan a trabajar a primera hora de la mañana, así que allí se encontraba uno.
-Lléveme a la Quinta avenida. Dese prisa.
El taxista así lo hizo y en cinco minutos ya habíamos llegado. Sofocada toqué el timbre de Daniel con la esperanza de que aún siguiera en casa.
-¿Quién es?- Se escuchó por el telefonillo.
-Dani, soy yo, Érica. Ábreme.
No dijo nada, pero la puerta se abrió al instante. Subí con cautela.
En cuanto llegué a su puerta me lancé a sus brazos, sin decir absolutamente nada.
-Érica princesa, no llores.
-Dani, joder, no puedo evitarlo. Pensé, pensé que ya te abrías marchado. Me aterrorizaba la idea de no poder besarte por última vez. ¿Cómo me haces esto?
-Érica tenía prisa. Quise quedarme contigo. Quise despertarme junto a ti, pero no pude. En cinco minutos partimos. Érica, ya está, se acabó. Ya ha llegado el día.
-Dani, es que… por más que lo pienso no lo entiendo. No entiendo porqué tú. No entiendo porqué me tienes que dejar aquí, porqué me tienes que abandonar. Dani yo sé que tu no quieres ir. Debes hacer lo que tu corazón te diga, y no lo que te manden. Yo se que tu corazón quiere quedarse conmigo.
-Créeme, que si pudiera me quedaría. Érica es por el bien de todos. Lo sabes.
-No Dani. Puede ir otro. Tú puedes quedarte aquí, junto a mí. ¿Por qué tienes que hacer tú lo que un miserable no pudo acabar? Ni siquiera estás preparado.
-Si que lo estoy. Me he estado preparando durante meses, y lo sabes. Érica ya está. No puedo y no puedo. No se cuanto durará todo, pero lo que si se es que sea el tiempo que sea, nunca dejaré de quererte. Siempre estarás presente en mí. ¿Me oyes? Siempre.
Cada vez que me eches de menos, mira al cielo. Por favor, mira al cielo y háblale a esa pequeña estrella que brilla intensamente, como si estuvieras hablando con migo. Yo lo haré cada noche, cada hora. Porqué esa estrella eres tú. Mi estrella, la que me alumbrará y me guiará. La que siempre permanecerá junto a mí.
-Lo haré Dani. Todas las noches subiré al tejado. Le cantaré a la estrella la canción que compuse para ti. Le hablaré, y le contaré todo lo que te hecho de menos. Rezaré a esa pequeña estrella para que te cuide, para que te guíe, en todos y cada uno de tus caminos. Le pediré por favor y mil veces, que te traiga de vuelta, junto a mi, sano y salvo.
-Lo hará. Se que esa pequeñita estrella nunca me abandonará, porque tú nunca lo harás. Nunca dejes de sonreír, porque si lo haces, la estrellita dejará de brillar, y entonces no me podrá alumbrar. Recuerda Érica, siempre, siempre sonríe. Pese a que me eches de menos, nunca te derrumbes. Piensa siempre en todos los magníficos y especiales momentos que vivimos juntos, y en todos los que nos quedan por vivir. Cuéntaselos a ella, a la estrella. A mi estrella.
Ahora… debo irme. Cojo el tren hacia Francia en unos minutos. Érica, no lo olvides, pase lo que pase, esté donde esté, siempre viviré aquí, en tu corazón.
-De acuerdo, juro que sonreiré pese a todo. Si, lo haré. No me apagaré, pero recuerda que lo haré única y exclusivamente por ti. Porque eres mi motivo, mi impulso, mi única salida, tú eres mi razón para vivir. Ahora tú, prométeme que me pondrás al día con todo. Prométeme que no me olvidarás, que no te enamorarás de otra. Dani prométeme…
-Tsss, calla. No hace falta que me pidas nada. Te lo prometo. Te prometo que te escribiré a diario. Te contaré como va todo, y inundaré tus ojos con bellas palabras que dirán todo lo que pienso en ti, todo lo que te hecho de menos. Te prometo que volveré, y cuando lo haga, prometo que aprovecharemos todo este tiempo perdido.
Te prometo la luna Érica, porqué por ti, sería capaz de traértela.
Porque te amo, y siempre lo haré.




Cierra los ojos, déjate llevar III

Hoy hace apenas tres meses que Daniel se alejó de mi vida. No voluntariamente eso ya lo sé, pero se fue. Ellos me lo quitaron no se por cuanto tiempo.
Rezo todos los días para que esto acabe. Ha pasado muy poco tiempo pero yo siento que han sido años. Es peor que una muerte. Todas las noches me acuesto con ese horrible miedo a levantarme y no saber con que me voy a encontrar. Con temor a recibir ese telegrama guardado en un sobre amarillo.
Vivo con la duda de si Daniel estará bien, si regresará.
No os podéis ni imaginar lo duro que es. Apenas como, apenas duermo. Siento un enorme vacío en mí que lo único que lo recompone son las noches en el tejado, hablando con ella, con la pequeña estrella, nuestra estrella. Es de la única forma que le siento conmigo, que contacto de alguna manera con él.
Me ha enviado un puñado de cartas, una cada semana más o menos,  pero todas sin dirección. Yo se las respondo, y se las envío a una dirección que me dio una amiga mía, ya que su marido está con Daniel, en el mismo lugar, intentando salvar al país.
Pero lamentándolo día a día, estoy segura de que no le llega ninguna. Es triste no poder decirle cuanto lo quiero, cuanto lo hecho de menos.
Está escondido. Solo él y sus compañeros saben donde se encuentran. Nadie más. Cada semana o cada mes procuran moverse del lugar en el que se encuentran. Según Daniel, es lo correcto para que no los descubran, para que puedan preparar todo a la perfección para cuando llegue el momento de actuar. Pero yo tengo miedo.
Desde que se marchó me siento más sola que nunca. Soy como un alma errante, en pena. No pensé que me afectaría tanto. Daniel era mi vida, y al marcharse se la llevo con él.
Me cuesta salir a la calle y ver como la vida sigue adelante sin mí. Siento que me estoy quedando atrás. Por todo este tema cogí baja en el trabajo. Al principio no me lo querían consentir, pero luego me lo permitieron. Comprendieron que en este estado una no puede trabajar.
En cambio a la universidad debo ir aunque me cueste.. Necesito sacarme la carrera por la que he luchado tantos años. A pesar de lo duros que han sido estos tres meses, he conseguido salir adelante, no estancarme.
La verdad es que la única razón por la que no me consumo completamente es por volverlo a ver, por volver a sentir sus labios, su cuerpo. Él es mi motor, y sin él mi cuerpo deja de funcionar momentáneamente, pero yo lo obligo, me cuesta pero lo hago.
Debo hacerlo, al igual que debo sonreírle al mundo. Por Daniel, debo hacerlo por el, por la razón de mi existencia.
Con la autoestima por los suelos me levanté del sofá, cogí el abrigo y salí de casa. Era tarde, pero me apetecía tomar un poco de aire fresco. Comencé a pasear mientras el cálido aire primaveral acariciaba mis enrojecidas mejillas. Llegué a la playa. Aquella playa en la que estuvimos juntos por última vez. En ese lugar albergaban muchos recuerdos, demasiados. Y entonces ocurrió, así, de pronto. Recuerdos abundantes comenzaron a apoderarse de mí locamente. Mis ojos fueron inundados por lágrimas y mis piernas flojearon. Caí al suelo, recordando con gran tristeza y añoranza momentos vividos junto a Daniel.
Flasback. 2 años atrás.
-Érica, esto es genial. La mejor fiesta de cumpleaños a la que he ido. Bueno, faltaría más, como no me iba a gustar la fiesta de mi mejor amiga.
-Baya, gracias Lucía.
-Voy a por ponche, ¿quieres un poco?
-Si, gracias.
-Espérame, ahora vuelvo.
La vi desaparecer entre la multitud. Entonces sonó esa balada que tanto me gustaba. A mi alrededor múltiples parejas comenzaron a bailar agarrados al son de la lenta melodía.
Sonreí. Sin duda era el mejor decimoséptimo cumpleaños de la historia de los decimoséptimos cumpleaños.
Todo era maravilloso, cual cuento de hadas que toda princesa sueña. Y eso que a mi no me va mucho todo ese rollo del príncipe, la princesa y el viviremos felices para siempre. Pero es que esta fiesta de cumpleaños me recordaba a eso. A los típicos bailes de princesas. Salvo por la mínima diferencia de que a mi no me esperaba ningún príncipe azul. El único chico al que podía considerar importante para mi era mi perro Willie, pero él estaba en casa durmiendo. Así que no, en mi fiesta no había ningún príncipe. Pero no me importaba. Todo era maravilloso igual.
Una enorme pancarta en la que se podía ver escrito “Felicidades por tus 17 cumpleaños Érica” rodeaba la gran sala de un extremo a otro. La luz era densa, acorde con la música. Todo el mundo iba muy arreglado. Chicas con vestidos, chicos con esmoquin.
Aunque no es por ser presumida ni nada, pero sin duda el mejor vestido de toda la sala era el mío. Blanco como la luna. No era ni demasiado corto ni demasiado largo. Me llegaba justo a las rodillas. Tenia unos tirantes finitos, hechos a base de trenzas y lazos. Una especie de cinturón muy finito rodeaba la cintura, y a la derecha de éste se encontraba una gran rosa blanca, preciosa. Después del cinturón, el vestido dejaba de ser liso, y pasaba a ser abombado, con curvas y algo arrugado.
Lo elegimos entre mama, Lucía y yo. A juego con el vestido complementaban unos pendientes blancos como la nieve recién caída y una tiara que demostraba que yo era la reina de la fiesta.
Volví a sonreír observando el precioso espectáculo frente a mí. Se que tal vez yo debería estar bailando como todo el mundo, pero prefería contemplar a todas aquellas personas disfrutado y fundiéndose en aquella especie de pista improvisada por mamá.
-¿Cumpleañera? ¿Qué haces aquí que no bailas?-Una voz masculina interrumpió mis pensamientos. Me giré, y contemplé a un chico que por su aspecto y altura deduje que podía tener alrededor de los 18 años. Era la primera vez que lo veía, pero al parecer él si que me conocía a mi. Me sacaba algo más de una cabeza, e iba vestido con un esmoquin gris oscuro, casi negro. Era bastante atractivo. Sus ojos eran  de un gris oscuro, y conjuntaban perfectamente con su esmoquin. 
Pero sin duda lo que más me llamaba la atención de él era que para lo arreglado que iba, el pelo no iba acorde. Su media melena castaña  se encontraba despeinada, como si acabara de llegar de la calle. Pero siendo sinceros, a él le quedaba genial. Sin darme cuenta volvió a hablar.- ¿Hola? Te preguntaría haber si te ha comido la lengua el gato, pero se que tu no tienes ninguno.
-Yo, lo siento. Estaba un poco despistada. ¿Qué decías?
-Haber porque no bailas. Es tu fiesta.
-Bueno, no sé. Me gusta contemplar a la gente bailar, eso es todo.
-Oh vamos. No me lo creo. Venga te invito a bailar.
-Pero…
-Ni peros ni nada, es tu cumpleaños, tienes que pasártelo bien. No volverás a cumplir 17 años, ¿Sabes? Venga, bailemos.-Me ofreció su mano. Al principió dudé. ¿Estaría bien bailar con aquel desconocido? Bueno, que más da. Es mi cumpleaños.
-De acuerdo, pero solo un poco.
-Vamos.
Me agarró y caminamos hacía la pista de baile. Me coloqué frente a él, y entonces la música cambió. Comenzó a sonar una balada lenta, de esas que se baila agarrados. Me temí lo peor. Mis mejillas se sonrojaron cuando me di cuenta que aquel misterioso chico se disponía a agarrarme.
-Yo… No sé como se baila esto. Nunca lo he hecho.
-Tranquila, te enseñaré. Dame tu mano derecha. La izquierda pásala por mi cintura. Bien así. Ahora, da pequeños pasos al ritmo de la música. Eso es. Lo estas haciendo genial.
No era tan difícil como pensaba después de todo. Este chico era un buen bailarín. Apoyé mi cabeza en su hombro, y cerré los ojos. Dejé que aquella suave melodía invadiera mi cuerpo por completo.
-Por cierto, ¿Cómo te llamas?
-Daniel. Encantado, cumpleañera.
Y entonces sí, los dos nos fundimos con el ritmo de aquella gloriosa canción, sin saber que aquella noche marcaría mi vida para siempre.